Por Sergio Silva Velázquez para LA GACETA

Lo imagino agazapado, desconfiado, algo visceral como una de sus esperpentos personajes a lo Valle Inclán pero, a lo mejor, es un prejuicio de mi parte. Esa percepción no puede traspasar la pantalla. Hablamos por zoom porque vive en Cádiz pero para escucharlo además hay que marcar un número fijo porque no tiene celular: me llega una voz amigable y el pergamino del rostro de un hombre que ha vivido tanto como su literatura de alto riesgo. De todos los que he entrevistado, Montero Glez es -lo confieso- uno que me hubiera gustado enfrentar en directo, como en los duelos a punta de cuchillo de sus novelas. No ha podido ser.

Repasemos de quien hablo: “El Charolito sólo se fiaba de su polla. Era lo único en el mundo que jamás le daría por el culo. Con arreglo a esto, es posible imaginarle la noche de autos, adentrándose en la residencial: lleva el culo prieto, el ojo avizor y la pestaña alerta”

El inicio de Sed de Champán es una inmersión en el grotesco y negro, pero también una entrada al Madrid Golfo con un lenguaje de estilete cirujano que hizo que un best seller, habitante del oráculo literario, dijera: “carajo… como me hubiera gustado escribir eso”. Arturo Pérez-Reverte es un espadachín de lengua filosa que suele avivar la polémica y en este mundo retaceado de halago y poblado de egos -el de los escritores- un elogio de ese calibre es lo que menos se espera. Le pregunto qué opina. Contesta: “Yo he tenido esa suerte, Sed de Champán es un clásico. Han pasado 23 años y lo que ha sucedido con mi primera novela es algo que cualquier autor sueña. Que la gente la siga pidiendo. Es algo muy difícil que ocurra en estos tiempos donde todo va más rápido y donde un libro suele durar tres meses y no más. Puedo decir, joder, que bien”.

Historias merecidas

Montero necesita vivir eso que escribe “para hablar de verdad y no de prestado”. Ha pasado eso con Carne de Sirena, su nueva novela. La tapa del libro es una impactante foto del pintor José Morera, conocido como El Hortelano, uno de los referentes de la Movida Madrileña, aquel grupo de artistas de la contracultura que surgió con el posfranquismo. “Antes de escribir hice muchas cosas, entre ellas ser actor con el método Stanislavski, es algo que aplico a mi literatura. Entro en los mundos que voy a escribir, le pongo el cuerpo al punto que me cuesta salir luego. A las historias uno las merece, son las que vienen a uno. Hay historias que se desechan porque no quieren saber nada de ti. Yo estuve un tiempo en Galicia hace mucho -la novela cuenta la aventura de un traficante en la Costa da Morte, La Coruña- y me sorprendió mucho la calidad del hachís, que no era la misma de Madrid, sino más bien como la de Marruecos, era muy limpio y puro. Es lo mismo que la fariña (eufemismo de la cocaína en gallego, término popularizado por el autor español Nacho Carretero), las estructuras de ese negocio son las mismas que las del contrabando del tabaco. Es la historia que me quedó. Han pasado ya 25 años”, dice.

Montero dice que “tomó apuntes de muchas historias que cuajaron” con el tiempo y lo remitieron al género negro –“hay mucho de gótico en la novela”, dice- y a los cuentos de terror de Poe en ese lugar en particular. Lo mismo puede aplicarse al barrio de Chueca de Madrid, descripto en Sed de Champán.

“Era un barrio donde cada mañana te podías encontrar cadáveres de gente con jeringuillas en los brazos. La heroína en los 80 hasta mediados de los 90 que se cargó a una generación que fue la mía. De aquello donde yo me movía ya no existe nada. Lo único que queda son las huellas de los pasos de la gente que alguna vez caminamos por las calles. Los arrabales ya no existen y ahora hay modernas urbanizaciones que sepultaron aquello. La Carreta, el lugar original donde se comía carne argentina no está, tampoco La Rosilla ni el hotel Mónaco, lo que yo conté en Sed de Champan”.

¿El Charolito existió? “Hay gente que me dice: ‘Oye yo soy el charolito’, pero lo cierto es que los personajes los trabajo tomando algo de aquí y de allá. El Charolito es un cruce de muchos, es un “mil leches”. Salvo un personaje histórico como Alfonso XIII y su séquito, que describo en Pólvora Negra, todas son invenciones. El lector sabrá que la verdad en la vida y la verdad en la literatura no son idénticas”.

La autoridad del fracaso

Olfateamos también lo que exuda esa novela en la canción Que demasiao, de Joaquín Sabina. “Conocí a Joaquín de aquellas noches, antes de que fuera eso que se convirtió. Lo entrevisté para un programa de radio. Era tipo flaco, muy serio, elegante y muy leído, me hablaba de Chandler, o recitaba a Luis Cernuda en una época donde no podías citar por internet. El alquilaba un piso en la calle Santa Isabel y tenía pintada una frase de Fitzgerald: “Escribo con la autoridad que da el fracaso. Por él me topé también luego con Bukowski, básicamente, los autores con los que me formé”

Dice que “no puede hacer nada” con aquellos que lo han encasillado como escritor.

“El autor de culto es quien debe su éxito al prestigio de su fracaso y a mí no me gusta que me etiqueten. Yo soy un hombre que escribe y ya está. Escribo dentro de un género que creo mejor puede contar las relaciones del ser humano con la propiedad y ese es el género negro. El único juez creíble y fiable es el tiempo, el único que vale”.

Hay otro Montero Glez más público, que se deja ver a través de sus posteos de Twitter con recomendaciones de libros, discos y películas. “Soy un amante del jazz, del flamenco. Es la música más libre que se ha hecho, los esclavos negros algodoneros crearon una música sentimental como Cervantes creó a unos personajes libres desde la cárcel. Pero también escucho a Piazzola y en el rock en español son los argentinos los que mejor lo han hecho”.

El hombre que ha coloreado una cartografía del bajomundo es un devoto de los autores latinoamericanos. “Desde los autores del boom hasta Fernando Vallejo en El Desbarrancadero. Vallejo es en ese libro todo lo real que se puede ser. Pero también me pierdo en Borges, Cortázar, Mistral o Bolaño. Los latinoamericanos utilizan el lenguaje de una manera dinámica, viva, al contrario de los españoles que tienen esa forma aburrida, protocolar y cadavérica. Ahí está la vital diferencia”.

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PERFIL

Escritor español, Montero Glez nació en Madrid en 1965. Su verdadero nombre es Roberto Montero González. Entre sus libros se cuentan títulos como Sed de champán, Cuando la noche obliga, Manteca colorá, Besos de fogueo, Pólvora negra o Carne de sirena. Obtuvo, entre otros galardones, los premios Azorín, Logroño y Ateneo de Sevilla.